El Superclásico fue para el equipo de Ischia por 1-0 en La Bombonera. Battaglia, con un cabezazo bárbaro, anotó el único gol del partido, en el primer tiempo. El Millonario buscó el empate hasta el final, pero no pudo con el bloque defensivo del local. Ahora el Xeneize quedó a un punto de la cima del campeonato, propiedad de Estudiantes y de los de Simeone. Aunque San Lorenzo también puede ser líder si le gana a Gimnasia (LP).
Boca salió disparado a atacar. No tardó treinta segundos en poner la pelota en campo rival. Y algo más, apenas, en soltar a los marcadores de punta en ataque.
Maidana de un lado, Monzón del otro. Toda una señal, por cierto. Necesidades numéricas mediante, tenía por delante un único objetivo: ganar y no bajarse de la pelea por el Clausura.
River llegó algo más relajado y así se lo vio andar en los primeros minutos por el piso de La Bombonera. Tranco displicente y a la vez seguro. Armó una línea de cuatro cerrada y cedió la iniciativa, aunque salía rápido de contra, gracias al atrevimiento de Buonanotte y a las efectivas gambetas frontales de Ortega, que rápidamente se diluyeron.
¿Boca? De entrada, sus buenas intenciones chocaban con una aceleración exagerada. Ni Riquelme lograba frenar el ímpetu de Dátolo y de Ledesma, quienes cerraban los ojos y parecían empecinados en perforar (sic) los laterales ajenos, a partir del empuje y no de la claridad del juego. La idea era buena: que los volantes llegaran al fondo para despachar centros picantes, de afuera hacia adentro. Aprovechar el oportunismo de Palermo, era el asunto.
Ahora, del dicho al hecho, se sabe... Igual, casi lo grita Boca cuando el propio Palermo hizo una de Román y lo dejó, de cachetada, solo a Palacio. Con tiempo y espacio, Rodrigo levantó la vista para acomodarla abajo. Carrizo abrió los brazos, dio el pase hacia delante y achicó fenómeno. "Fusilalo", se escuchó el reto espontáneo de Ischia desde el banco.
Vino el córner de Riquelme y Battaglia, luego de sacarse de encima a Ponzio, cabeceó a media altura. Carrizo, atento otra vez, voló de palo a palo, pero esta vez no logró manotearla.
Gol y locura masiva en la tribuna local.La ventaja le dio aire a Boca. Que empezó a tocar corto, preciso y hacia los costados. La confianza lo envalentonó. Tanto que Riquelme era el dueño de la pelota, la sacaba hacia la izquierda, la sacaba hacia la derecha, la sacaba hacia donde había un compañero desmarcado. Fueron momentos de confusión para los defensores de River, porque dudaban entre salir o quedarse.
Se jugaba rápido, en un espacio de sesenta o a lo sumo setenta metros. Eso sí, lejos de los arcos. El partido necesita "pimienta" adentro de las áreas. Los hinchas también. River, obligado por la desventaja, pese a que modificó sobre la marcha el plan original, siguió sin vida en ataque. Sánchez quería gambetear hasta el árbitro y, peor todavía, iba mucho para los costados o incluso para atrás; Ortega, totalmente fuera de ritmo, no sabía si atacar o conducir; Buonanotte luchaba para ponerle un poco de freno a su enorme habilidad; mientras que arriba, solo y su alma, el colombiano Falcao lidiaba contra la escalonada marca que le cerraba las puertas del arco.
Así River no tenía cómo ponerse a tiro.Caranta, por ejemplo, casi no intervino en el primer tiempo. A lo sumo, descolgó un centro aislado o estuvo atento para hacer vista en un inofensivo remate de media distancia. Carrizo, en cambio, se revolcó más. En la recordada carrera de Palacio, en el cabezazo letal de Battaglia o en sucesivos córners que Riquelme metió con destino olímpico. No había dudas, entonces: Boca, sin tirar manteca al techo, merecía largamente estar arriba.
Nada cambió en el segundo tiempo. River estaba jugado y lo plasmó en el cambio que metió Simeone: puso a Augusto Fernández, sacó a Nico Sánchez. Ofensivo mil por mil. Hubo que rearmar la defensa. Ponzio pasó de 4, Gerlo como central y ahí quedó suelto Augusto para potenciar la salida sobre la derecha.
Era otro River. Presionaba y se exponía, en igual medida. Riquelme sacó de la galera una de sus genialidades marca registrada, la pisó dentro del área y sin espacio ni ángulo, le dio de punta a un rincón. Se fue por nada. El Superclásico, que a esa altura entregaba dinámica y vértigo al por mayor, entraba en su punto aldente, curiosamente sin ofrecer una pila de situaciones peligrosas.
Boca encontró en el final dos imprevistos. Uno, el tirón que sintió Riquelme y enseguida pidió el cambio. Otro, cuando Morel Rodríguez fue a barrer abajo y enseguida se agarró la pierna. Sin dos piezas clave en cancha, soportó los atropellos (eran eso, en realidad) de River, que tuvo una chance (la única seria) concreta de empatar, cuando Abreu se elevó y su cabezazo, con Caranta resignado, se fue por arriba."Sí no entró esa...", pensó más de uno. Y no entró ninguna otra, claro, en un Superclásico de alta tensión, que ganó muy bien Boca.
Por oportunismo, por practicidad, porque le sobró determinación para atacar y también le sobró determinación para defender... Lo ganó porque no le quedaba otra para seguir vivo en un Clausura que está como nunca.
Fuente y Foto Clarin
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