Aquel que suele subestimar a la altura tiene que estar preparado para una reprimenda de la naturaleza. Y si anoche no hubo una goleada, el soroche igual castigó a los incrédulos. Sutilmente el Papá aprovechó la mano amiga de la altura y nos devolvió a las noches de gloria.
Es Cienciano quien nos tiene acostumbrado a que lo difícil sea superado. Porque el entusiasta lema del Sí se puede suele ser de orgullo nacional al que apelamos cuando lo difícil se hace posible.
El guía de todo lo posible ya no es Freddy Ternero, ahora su buzo envuelve a Marcelo Trobbiani, y éste se aferra a sus ilusiones. El argentino está convencido cada vez más de su equipo. Tiene agresividad y luchador. Similar al del 2003. Con menos fútbol.
El Papá clasificó a octavos de final tras superar a un Liverpool sin experiencia internacional. Que no aprovechó su localía y que llegó a la altura queriendo jugar de igual a igual. Acto suicida. Es como meter el gol en su propio arco.
A los uruguayos no les habían dicho que en la altura tienes que correr menos, guardar aire y piernas para el final. Eduardo Favaro, el técnico uruguayo, se jalaba los pocos cabellos cuando veía a sus delanteros desesperarse por irse al ataque. La altura no perdona.
Otro que no perdona fue Chucho Chávez. Desequilibró a los '31, y lo trabaron. Tiempo para frotarse las manos y calentar el Garcilaso. Frente al balón, Cristian Guevara intuía el gol cuando la barrera uruguaya estaba frente a él. Por ahí colocó el disparo. El 1-0 era evidente porque él tampoco perdonó.
Con el marcador a favor, los rojos dominaron mejor el partido. Los uruguayos corrieron hasta donde pudieron sus piernas. Agobiados, veían pasar a los cusqueños como seres inalcanzables.
Pezzolano y Alfaro habían perdido situaciones claras en arco de Chilavegas. El arquero de Cienciano salvó una, otra, pero nada que complique porque Vílchez y Arakaki, que fueron una muralla en Montevideo, volvieron a estar impasables. Así, Quintanilla, por derecha, y Herrera, por izquierda, descolgaron cuantas veces quisieron.
En el complemento, Montes volvería a disparar al arco como en el primer tiempo. Ya no fue el parante, sino unos centímetros más afuera. Sin fortuna, pero jaló marca al igual que Sergio Junior.
Los uruguayos sentían la presión atmosférica en la nuca. Así apareció nuevamente Chucho (hizo olvidar a Julio García), para pincelear un balón que le picó al arquero De Agustini, y apareció Sergio Junior para pegarle a la pelota y el propio Santuccho la metió en su arco.
Desde ese minuto 18, Trobbiani y sus pupilos dejaron correr los minutos y piensan ya en Tigres o San Lorenzo, el próximo rival a superar.
Ojalá el Papá siga su camino de regreso a la felicidad, de la mano de su naturaleza amiga. Y que el abrazo sea interminable como en aquellas noches de gloria.
El Bocon
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